Continuemos con las propuestas constructivas para profundizar la democracia interna en el Partido Socialista. Cualquiera que conozca la realidad orgánica de nuestro partido sabe que la dirección provincial suele ver al Secretario General y al Secretario de Organización de las Agrupaciones Locales como los garantes del apoyo de sus bases llegado el momento de elegir una nueva Ejecutiva. En otras palabras, en lugar de trabajarse directamente el apoyo de los militantes de base, quienes aspiran a hacerse con el poder a nivel provincial solamente prestan atención a los secretarios generales y de organización de cada Agrupación Local. Como puede suponerse, esto no es accidental y tampoco puede decirse que sea poco razonable. Más bien al contrario, se trata de una consecuencia inevitable del modelo de democracia indirecta, de representación delegada y a menudo mediatizada, que marcan nuestros Estatutos. Si partimos de la triste realidad de unas Agrupaciones Locales donde el debate auténtico brilla por su ausencia y las asambleas no hacen casi sino rubicar prácticamente cualquier cosa que se les presente desde sus respectivos comités ejecutivos sin que se produzca discusión alguna sobre los temas a tratar, tiene bien poco de extraño que sucedan estas cosas. En definitiva, la tan cacareada democracia interna (que, sin lugar a duda se mantiene al menos en sus aspectos formales) acaba siendo viciada debido a las distorsiones introducidas por un sistema que favorece la estabilidad de los cuadros intermedios a costa de menguar las cuotas de poder que deberían corresponder legítimamente a los militantes de base. En este sentido, periódicamente se dejan oír comentarios a favor de la democratización del partido y la potenciación de la figura del militante desde los sectores que suelen autodenominarse como críticos, pero que raramente cumplen sus promesas cuando aciertan a reemplazar a los oficialistas en las ejecutivas territoriales. O, lo que es lo mismo, que la defensa de la democratización de las estructuras orgánicas no suele ser sino un mero recurso retórico para criticar a quienes se encuentran en la dirección, pero raramente tiene expresión en medidas concretas, detalladas y factibles que puedan llevarse a la práctica.
Pues bien, me propongo aquí esbozar una alternativa que nos permita salir de este eterno impasse. No se trata de defender programas utópicos e irrealizables, sino de aplicar aquello que ya se ha demostrado como perfectamente factible en otros lugares. Me refiero, en concreto, a la elección de los cargos dirigentes mediante el sufragio universal, directo y secreto de todos los militantes, algo tan factible que hasta ERC lo ha llevado recientemente a la práctica. Una medida como esta tendría automáticamente varias consecuencias que me parecen enormemente positivas: en primer lugar, marcaría distancias entre los socialistas y otros partidos políticos españoles, señalándonos una vez más como pioneros en lo que respecta a la aplicación de medidas democratizadoras y aperturistas; segundo, dejaría bien claro que los socialistas tenemos la sincera intención de abrirnos a la sociedad y operar con completa transparencia, apostando incluso por medidas que pudieran parecer arriesgadas desde la perspectiva de quien ostenta el poder orgánico en un momento determinado y está dispuesto a aceptar la decisión mayoritaria de los militantes; y, finalmente, obligaría a quienes se postulan como candidatos a dirigir el partido a presentar su proyecto ante todos los militantes y hacer campaña de forma activa por las agrupaciones locales, entrando en contacto con todos y cada uno de los afiliados, en lugar de limitarse a conspirar con quienes supuestamente dominan los votos de los delegados que pueden garantizar una elección segura. Por si todo esto fuera poco, el sistema que aquí propongo conllevaría también la desaparición de un peligro siempre presente en la realidad cotidiana de nuestros partidos políticos: el trapicheo de favores a cambio del voto en los congresos. Una vez eliminada la figura del cacique local que garantiza los votos necesarios para ganar la carrera hacia la ejecutiva, también se elimina de una misma tacada este otro problema.
¿Que mi propuesta supone romper con el pasado? Cierto. ¿Que la elección directa que aquí defiendo es una apueta arriesgada? Sin duda. Y, sin embargo, ¿acaso una política progresista y de cambio no consiste precisamente en eso? ¿Hasta tal punto hemos olvidado nuestros principios que no nos atrevemos a proponer nada que pueda parecer distinto e innovador? Me gustaría pensar que no es el caso.
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