12 de abril de 2009

Tradicionalismo reaccionario: un botón de muestra.

Seguramente a nadie se le oculta el hecho de que en Sevilla las filas del tradicionalismo reaccionario andan bien nutridas. He de reconocer que cuando llegué a Madrid allá a mediados de los ochenta y mis nuevas amistades me lo mencionaban yo solía responder negando la evidencia. Pero no queda más remedio que reconocerlo. La evidencia me asaltó inesperadamente hace unos días cuando iba en el autobús camino del centro con mis hijos. Justo al lado nuestra podíamos oír la conversación que mantenía un joven sevillano de unos veintipocos años con un par de amigos que vinieron de fuera (ignoro de qué otra ciudad, pero parecían tener acento argentino) a ver la Semana Santa sevillana, y la verdad es que era para sonrojar al más descarado.

En primer lugar, ante el comentario de uno de los amigos de que no se veían perros abandonados por las calles, al buen paisano mío no se le ocurrió otra cosa que comentar que seguramente se debe a la presencia de restaurantes chinos en la ciudad los cuales, según él, han ido extendiéndose "por todos sitios de forma imparable" en los últimos años. En principio, podría uno pensar que se trataba de un chiste de mal gusto que ya está, dicho sea de paso, bastante manido. Pero no, ni mucho menos. El buen paisano estaba hablando en serio y hasta procedió a explicar cómo desde que se abrieron los mencionados restaurantes chinos desaparecieron los perros de las calles porque "los usan para cocinar a bajo precio y competir con nuestra cocina tradicional". Que yo recuerde, los perros callejeros dejaron de verse en Sevilla entre mediados y finales de la década de los ochenta, debido a las acertadas políticas aplicadas desde el Ayuntamiento y, por supuesto, a la colaboración ciudadana. Vamos, que su desaparición se produjo mucho antes de que comenzaran a abrirse restaurantes chinos por la ciudad en un buen número, lo cual no sucedería hasta la década de los noventa.

Pero como el desparpajo con el que nuestro querido reaccionario xenófobo había procedido a explicar la ausencia de perros callejeros en Sevilla no le pareció suficientemente castizo, continuó haciendo alarde de su patriotismo del tres al cuarto afirmando que había "demasiados restaurantes extranjeros" en la ciudad. Al fin y al cabo, "¿a qué viene eso de comer comida china cuando tenemos nuestra magnífica cocina española?", comentario que se vio obligado a aderezar con el consabido argumento de que "quien quiera comer comida extranjera, que se vaya a vivir al extranjero".

Ni que decir tiene que gracias a la contribución de tan magnífico guía, los visitantes debieron haberse llevado una más que interesante impresión de Sevilla. Lo que todavía no tengo claro es si nos situarán, en lo que respecta a la mentalidad, en el Paleolítico o el Neolítico.

Afortunadamente, se trata tan sólo de un botón de muestra. Como este sin par individuo hay, por desgracia, muchos otros en esta maravillosa ciudad. Se trata de necios intolerantes que confunden el amor por su tierra con el egocentrismo narcisista y, lo que es peor, vivir anclado en un pasado supuestamente mejor en el que, en realidad, la amplia mayoría de la población (salvo, eso sí, las elites privilegiadas de las que suelen provenir estos individuos) malvivía como podía sin recursos, educación ni perspectivas de futuro. En fin, tendremos que apechar con lo que tenemos, pero me duele que encontremos este tipo de personaje hasta entre las generaciones más jóvenes. Ni que decir tiene que esta no es la Sevilla con la que sueño. La Sevilla a la que aspiro afirma su identidad sin necesidad de rechazar a los demás, insertándose en el mundo globalizado en que vivimos. Mira, además, no hacia el pasado, sino hacia el futuro. Se trata de una Sevilla que puede disfrutar de sus fiestas tradicionales sin necesidad de imponérselas a los demás (ni siquiera a quienes nacieron aquí) como prueba de "buen sevillano auténtico". Pero, lo que me parece más importante de todo, la Sevilla con la que sueño es dinámica, tolerante, abierta, arriesgada, dispuesta a entregarse a la experimentación, innovadora y cambiante. No se trata de la Sevilla de las esencias inmovilistas, no. A ver si entre todos/as acertamos a construirla.