Claro que después pasó lo que pasó. El aparato supo recomponerse, hacerle el vacío a Borrell (el ganador de aquellas ilusionantes primarias) y hasta acabar con él antes de que tuviera siquiera oportunidad de hacer campaña para las generales del 2000. Ya sabemos lo que pasó. Se presentó Almunia y el PP obtuvo la mayoría absoluta. O, lo que es lo mismo, que el primer candidato elegido en unas primarias ni siquiera tuvo ocasión de probar suerte. Lo hizo, en su lugar, el candidato "natural", orgánico y del aparato y, por supuesto, los resultados fueron desastrosos. Sin embargo, apenas unos años después salió elegido como nuevo Secretario General del PSOE un desconocido que se llamaba José Luis Rodriguez Zapatero por el que no apostaba nadie del aparato porque, entre otras cosas, no se sabía ni de qué iba. "¿Pero cómo van a votar los ciudadanos por un candidato que ni siquiera conocen?", se decía. Pues bien, fue precisamente el candidato que, después de vencer en unas elecciones abiertas, transparentes y democráticas donde se presentaban otros tres candidatos a la Secretaría General, nos devolvería el Gobierno poco después.
En fin, que la evidencia está clara, y desde luego no apunta a que sea más fácil obtener buenos resultados electorales cuando los candidatos son elegidos a dedo. Y, sin embargo, continuamos oyendo la misma historia una y otra vez, no se sabe bien por qué. Yáñez nos lo explica en las conclusiones de su artículo:
A partir de entonces los aparatos del PSOE han visto a las primarias como algo rechazable (defienden esta tesis, sobre todo los que perdieron con Almunia). Muy al contrario, si se realizan bien, democráticamente, limpiamente, sin interferencias de aparatos y después se respetan los resultados y todos apoyan al ganador o ganadora, este o esta se convertirán en un competidor o competidora con muchas posibilidades de ganar a su oponente de la derecha.
Esa es la lección a extraer de las primarias que van a oponer a Tomás Gómez y Trinidad Jiménez por la candidatura socialista a la Comunidad de Madrid.
A lo que de verdad se tiene miedo no es a las primarias, sino a perder el control, a no poder decidir a dedo quién será el candidato y, algo mucho peor, a la posibilidad de que tarde o temprano los militantes también quieran decidir no sólo quién será el cabeza de lista, sino también quiénes ocuparán los demás puestos. Eso sí que es un órdago que se teme desde el aparato. Y es que es perfectamente posible ser de ideología socialista y tener una actitud conservadora. Lo uno no está reñido con lo otro.