7 de agosto de 2010

Va de primarias, candidatos y "divisiones internas".

Vaya numerito que nos estamos montando con esto de la candidatura a la Presidencia de la Comunidad Autónoma de Madrid. Que si Zapatero envía a Chaves como recadero para que se entreviste con Tomás Gómez y le convenza de que no se presente como candidato, que si uno y otro lo niegan, que si poco después se reconoce que sí hubo tal encuentro pero no se planteó la retirada de Gómez, que si después se reconoce que todo fue tal y como la prensa lo publicó inicialmente, que Zapatero prefiere a Trinidad Jiménez como candidata, que Tomás Gómez responde diciendo que el PSM le ha votado a él como candidato y en ese caso Trinidad se tendría que enfrentar a él en unas primarias, que si Juan Barranco hace unas declaraciones apoyando a Gómez, Elena Valenciano otras apoyando a Trinidad, Pedro Castro advierte del peligro de convocar unas primarias, que si Zapatero convoca a Tomás Gómez a hablar sobre el tema para después desconvoca la reunión para que no quede clara la diferencia de opiniones... en fin, un auténtico despropósito. Pero a mí, lo que más gracia me hace, es que todavía haya quien afirme sin pudor que no debemos convocar primarias porque "son divisivas" y "darían la impresión de que nos peleamos por los cargos". ¿Mande? ¿He entendido bien? ¿Habrá más división interna que la que estamos demostrando a diario en las portadas de los diarios?

Veamos. En primer lugar, la idea ésta de que la democracia "divide" debiera estar bastante trasnochada. El mero hecho de que el argumento vuelve a surgir entre nosotros ya nos puede dar a entender lo distorsionada que está nuestra democracia. No hay más que echarle un vistazo a cualquier libro de Historia o cualquier discurso político de los años treinta para ver aparecer la idea, una y otra vez de forma machacona, tanto en la extrema derecha como en la extrema izquierda. Parece que en otra cosa no se ponían de acuerdo, excepto en denigrar a las democracias liberales como "débiles" y "caóticas". Claro que después llegó la Segunda Guerra Mundial a poner las cosas en su sitio. De hecho, con el fin de la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín, pensaba uno que habíamos puesto fin a aquellas desatinadas ideas de iluminados visionarios, pero al parecer no fue así. Volvemos a las andadas. Todavía quedan individuos que parecen estar convencidos de que el debate abierto, la transparencia en la toma de decisiones y, sobre todo, la democracia, son ideas que "debilitan" y "dividen". Yo, por mi parte, pienso que aún divide más tomar decisiones que afectan a todos los ciudadanos en petit comité y sin consultar a nadie más allá de la mesa camilla. Me perdonarán la arrogancia, pero creo que mi postura se ajusta más a la realidad. No hay más que ver cómo reacciona la gente de la calle a este tipo de noticias que aquí tratamos, por no hablar de lo que indican las encuestas respecto a la idea que tienen los ciudadanos de nuestros políticos.

Pero es que, por si todo esto fuera poco, los hechos no han hecho sino demostrar tozudamente (aunque Zapatero no quiera verlo) que elegir a dedo una vedette para que se presente de candidato en Madrid no conduce a ningún sitio. Ha pasado varias veces. Es más, le ha sucedido a él mismo, pero parece que no quiere aprender de errores pasados. No sé, seguramente será lo que algunos denominan el síndrome de la Moncloa. Los candidatos a dedo se ven como lo que son: personajes ajenos a todo que desembarcan en la capital para ver si logran darle un vuelco a los sondeos y acabar de paso con lustros de hegemonía de la derecha. Sin embargo, lo que ni Zapatero ni muchos otros parecen plantearse es la siguiente cuestión: desde el punto de vista de la izquierda, a la que se le supone cierto interés por transformar la sociedad, ¿de qué vale ganar una Alcaldía con un famosillo que acaba de desembarcar en una organización que ni siquiera conoce? ¿Qué equipo de trabajo es ése? ¿Qué proyecto de transformación? Se gana el poder, cierto, pero nada más. Lo cual, por desgracia, me da a entender que la prioridad es precisamente esa y nada más: alcanzar el poder. Los partidos políticos como meras maquinarias de poder. ¿En eso ha quedado el PSOE de Pablo Iglesias?

No sé, yo sigo estando convencido de que una implantación seria y consistente de las primarias a todo lo largo y ancho de la geografía española tendría el efecto de revitalizar nuestra democracia al tiempo que dinamizaría una vez más a la propia militancia socialista, marcando las distancias de forma clara entre una izquierda con procedimientos transparentes y democráticos y una derecha aferrada a las camarillas de poder. Pero mucho me temo que todavía tardaremos unos cuantos años en ver algo así. Seguramente habrá que esperar a la próxima etapa de hegemonía socialista.

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